jueves, 8 de octubre de 2015

Vestido teñido a mano



De natural, garbosa.
En un salto hacia delante con voltereta lateral y pino puente, me he lanzado a teñir a mano un vestido después de coserlo, con el riesgo que esto supone. ¡Y me ha salido bien! Ha sido una combinación de horas investigando la técnica del shibori y la suerte de la principiante. 

El señor oso tiene tos.

Empecemos por el principio. Primero cosí este vestido camisero en algodón blanco de Ikea siguiendo un patrón gratuito. Me ha costado coserlo porque o no he sabido adaptar el patrón a mi talla o, simplemente, no tallaba bien. La mayor dificultad han sido las mangas, pues el largo de hombro me llegaba al brazo pero el resto del cuerpo del patrón estaba en su sitio, así que tuve que modificar las mangas. A esta maravillosa bata de médico, le añadí una cremallera azul marino, a sabiendas de que iba a teñir el vestido del mismo color. La cremallera, que está impecable, procede de alguna prenda vieja de mi tío. Antes de tirar ropa inservible, mi abuela la descuartiza con precisión de cirujano reutilizando botones, cremalleras y todo lo aprovechable. 




El shibori es una técnica japonesa para teñir tejidos creando diferentes dibujos. En este caso, tras haber planchado el vestido previamente para evitar pliegues traicioneros, doblé la tela a lo ancho como un acordeón y teniendo cuidado de que todo quedase en su sitio, que la vista de la cremallera estuviese bien colocada, etc. Una vez hecho esto, até la pieza resultante con una cuerda fina en tramos equidistantes de cinco centímetros de ancho. Cuanto más prieta anudemos la cuerda, más se verá el color original de la tela. Y cuanto más gruesa sea la cuerda, más gruesa será la línea que trace en el dibujo teñido. En este caso, utilicé una cuerda fina y dos presiones: más fuerte en una mitad y menos tensa en la segunda.
Pliegues listos para teñir.


Después seguí las instrucciones de un tinte Coloria de Cebralín. Y sumergí la prenda en un balde con el tinte durante el tiempo recomendado por el fabricante. El siguiente paso es aclarar el tejido y llegar al mágico momento de cortar las cuerditas, desplegar la tela con el corazón palpitando agitadamente y lanzar un suspiro de alivio y un 'yihaaa' de alegría porque el resultado superaba con mucho mis expectativas. 


Aproveché para teñir otra prenda que tendrá unos quince años y que no utilizo porque le color no me sienta bien y el corte es un poco medieval para mi gusto. Aquí quería conservar una parte intacta, para lo que cubrí esa zona (el cuerpo del vestido) con papel film. Y realicé el mismo pliegue que en el otro vestido, pero en diagonal y con una separación mayor de las cuerdas (10 cm). Al sacarlo del balde me gustó el resultado pero, oh dioses, la lié con el secado. No escurrí bien el tinte y colgué el vestido boca abajo, de manera que han caído gotas de tinte húmedo y el cuerpo inmaculado ahora tiene churretes azules. Tampoco conté con que el bordado que lleva no se iba a teñir y el resultado es un vestido que no me gusta y un lino que me he cargado, pudiendo haberlo utilizado para otra cosa. 

Volviendo al vestido que sí ha quedado bien, es curioso ver cómo cambia una prenda en función del estampado. En blanco, me parecía que no debería ajustarla más. Ahora que está teñida de azul, creo que habría quedado mejor si hubiera entallado más el vestido, pero ya no puedo hacerlo porque estaría cambiando el dibujo. ¿Y qué más cuenta la gente por el RUMS de hoy?


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